Autor

Pablo (Ro 1:1)

Destinatario

Creyentes en Roma (Ro 1:7). Podemos inferir de los escritos de Pablo que en su mayoría son gentiles (cf. Ro 1:13, 11:13). (El "judío" al que Pablo se dirige en 2:17, etc., puede verse como un interlocutor con fines retóricos en lugar de los creyentes a los que Pablo estaba escribiendo).

Fecha

Probablemente del 56 al 57 d.C.

Propósito

Tanto en el comienzo como en el cierre de la carta, Pablo escribe a los creyentes en Roma sobre sus planes de viajar para ir a ellos, con el deseo de fortalecerlos y predicar el evangelio (Ro 1:9-15, 15:22-24, 28-29). Además de dar a conocer sus planes a los creyentes, Pablo dedica la mayor parte de la carta a exponer en detalle el evangelio. En 15:15-16, Pablo explica que les ha escrito con atrevimiento como recordatorio debido a su llamamiento como ministro de Jesucristo a los gentiles en el servicio sacerdotal del evangelio de Dios. Es evidente que Pablo tenía en claro la necesidad de exponer el contenido del evangelio y recordar a los creyentes en Roma lo concerniente a cómo debían vivir el mensaje del evangelio.

Características únicas

  1. La exposición más completa del evangelio entre las epístolas de Pablo.
  2. Presentación bien organizada que incluye poderosos recursos retóricos.
  3. Un gran número de citas de las Escrituras del Antiguo Testamento.

Versículo central

“No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del griego, pues en el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: ‘Mas el justo por la fe vivirá’”. (Ro 1:16-17)

Visión panorámica

Al igual que en Efesios, el cuerpo principal de la carta a los Romanos consta de dos secciones principales: exposición y aplicación. Esta amplia división nos ayuda a tener una idea de la estructura de la carta, pero ninguna sección se limita a uno u otro elemento.

  1. Exposición (1:18-11:36): Un estudio minucioso sobre esta parte de la carta, nos revela una clara progresión, desde el pecado hasta la justificación, la santificación y la gloria. A través de argumentos bien unidos, Pablo desarrolla la idea central de cómo Dios revela su justicia a través de Jesucristo en la vida de los creyentes.
  2. Aplicación (12:1-15:13): Parte integral de las exposiciones de la primera sección son las exhortaciones prácticas de la segunda sección. Pablo, con ejemplos concretos relacionados con la vida diaria de un cristiano, muestra cómo debemos presentar nuestros cuerpos como sacrificio a Dios en vista de su misericordia.

Temas

El evangelio

Pablo comienza su carta identificándose a sí mismo como siervo de Jesucristo, apartado para el evangelio de Dios (1:1). Él sabe que tiene la obligación para con todas las naciones de llevarles las buenas nuevas de Jesucristo, y por esa misma razón está ansioso por predicar el evangelio a los que están en Roma (1:14-15). En la sección final, les da a entender a sus lectores que ha escrito con atrevimiento sobre algunos puntos, debido a su rol como ministro del evangelio de Dios (15:15-16). Evidentemente, el llamado de Pablo como ministro del evangelio es la base del propósito de su carta y lo que le motiva a ir a los lugares donde Cristo no ha sido anunciado (15:18-21).

Pablo empieza su extenso discurso explicando por qué no se avergüenza del evangelio: es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree (1:16). La exposición completa del capítulo 1 al capítulo 11 es esencialmente una presentación sistemática del mensaje del evangelio. Las siguientes exhortaciones sobre la vida cristiana (capítulos 12 al 15) también pueden verse como pautas prácticas sobre cómo vivir el mensaje del evangelio.

Cuando Pablo pone su atención en la salvación de sus compañeros judíos en la sección culminante de Romanos, también señala que de hecho el mensaje del evangelio ha sido enseñado en las Escrituras por Moisés e Isaías. Es la palabra de fe que está en la boca y en el corazón (10:8). Son las buenas nuevas anunciadas por los mensajeros de Dios (10:15). Pero el evangelio ha caído en oídos sordos (10:16-21). Irónicamente, el rechazo del evangelio por parte de los judíos abrió el camino de la salvación para los gentiles. Por lo tanto, Pablo escribe: “En cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros” (11:28). Sin embargo, incluso la desobediencia de Israel sirve al propósito soberano de Dios, porque el evangelio fue llevado a los gentiles debido a su rechazo. Pero Dios no ha rechazado a su pueblo. Cuando haya entrado la plenitud de los gentiles, todo Israel finalmente será salvo. La predicación, el rechazo y la aceptación del evangelio son de hecho parte del gran plan de Dios para tener misericordia de todos (11:30-32).

La justicia

La justicia de Dios, como se ve en las Escrituras del Antiguo Testamento, es una cualidad de Dios que abarca tanto la justicia de Dios como su fidelidad en la liberación de su pueblo. Según Pablo, la justicia de Dios se revela ahora en el evangelio, que es el poder de Dios para salvación de todo aquel que cree (1:16). Tal como Pablo demuestra a lo largo de Romanos, Dios ha llevado a cabo tanto su justicia como su amor a través del evangelio de Jesucristo.

La revelación de la justicia de Dios comienza con la revelación de su ira contra toda impiedad e injusticia de los hombres (1:18). El evangelio nos da a conocer la pecaminosidad de la humanidad y sus consecuencias mortales. Los gentiles no reconocen a Dios, sino que eligen adorar las cosas creadas. Como resultado, Dios los entregó a sus pasiones deshonrosas y actos de injusticia (1:21-32). Los judíos, que conocen e incluso enseñan la Ley de Dios, también practican la injusticia y atesoran ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (2:1-5, 17-23). La justicia de Dios es vista al responsabilizar al hombre por su injusticia. A través del evangelio, tanto judíos como gentiles son condenados como pecadores (3:9). Solo cuando el hombre reconozca su pecado, se volverá a Dios en busca de misericordia.

A pesar del conocimiento del hombre de lo que es bueno y su esfuerzo por hacer lo bueno, no puede llegar a ser justo ante Dios basándose en sus obras. Esta incapacidad es ilustrada vívidamente en el autorretrato de Pablo del hombre desdichado que lucha por hacer el bien pero ha sido llevado cautivo por el pecado (7:7-25). Pero la justicia de Dios se ha manifestado aparte de la Ley por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen en Él (3:21-22). Israel, que iba tras una Ley que conduciría a la justicia, no alcanzó esa Ley porque la siguió como si se basara en obras. De lo contrario, los gentiles, que no iban tras la justicia, la alcanzaron por la fe (9:30-32).

La palabra “justificar”, que literalmente significa “hacer a uno justo”, se refiere a la imputación de la justicia de Dios sobre el hombre. Pablo demuestra ampliamente que la justificación es un don de Dios a través de la redención de Jesucristo y no se gana por las obras de la Ley (3:21-5:21, 10:1-13). Por el acto de justicia de Cristo hemos recibido la justificación y la vida, y por su obediencia somos constituidos justos (5:18-19). Esta justificación que recibimos a través de Jesucristo trae como consecuencia paz para con Dios, salvación de la ira y vida eterna (5:1, 9, 21).

Pero la justificación no termina en la conversión de una persona. Los creyentes de Jesucristo deben vivir con rectitud ante Dios. En uno de los pasajes más elaborados sobre el bautismo, Pablo nos recuerda que nuestro viejo yo ha sido crucificado con Cristo y hemos sido sepultados con Él a través del bautismo. Habiendo sido libres del pecado, debemos considerarnos muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús (6:1-11). Mientras que solíamos presentar nuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, ahora debemos presentar nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia (6:13). Además, debemos vivir según el Espíritu y dar muerte a las obras del cuerpo. Al someternos al Espíritu de Cristo que vive en nosotros, podemos cumplir con los justos requisitos de la Ley y ser verdaderos hijos de Dios (8:1-15).

La Ley

En ninguna parte Pablo habla de la Ley como algo negativo. Más bien, reconoce que la Ley es santa (7:12). Incluso después de haber argumentado que nadie puede jactarse de la Ley, concluye diciendo: “¿Por la fe invalidamos la Ley? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la Ley ”(3:31). Sin embargo, Pablo muestra que, si bien la Ley de Dios es buena y noble, el hombre ha fallado en cumplir la Ley y, por lo tanto, es condenado por la Ley (2:1-25). Si bien la Ley es espiritual, somos carnales, vendidos al pecado (7:14). En consecuencia, el hombre es incapaz de hacer el bien que sabe que debe hacer. Por esta razón, no podemos ser justificados por las obras de la Ley. Al contrario, por la Ley somos conscientes de nuestros pecados y todos tenemos que rendir cuenta ante Dios (3:19-20).

Pablo profundiza aún más en el tema de la Ley en el capítulo 7, donde muestra la miseria del hombre como resultado de que el pecado se aprovecha de la Ley. La Ley en sí no es pecado, pero el pecado se aprovecha del mandamiento y produce en nosotros toda clase de deseos pecaminosos. El pecado nos engaña y nos mata por medio de la Ley, a pesar de que la Ley misma es santa, justa y buena (7:7-14). Como esclavos vendidos al pecado, somos completamente impotentes para llevar una vida acorde a la Ley de Dios. Aunque servimos a la Ley de Dios con nuestra mente, con nuestra carne servimos a la ley del pecado (7:15-25).

Usando la analogía de la mujer que queda libre de la ley del matrimonio después de la muerte de su marido, Pablo explica que también hemos muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo y ahora pertenecemos a Cristo que ha resucitado de entre los muertos (7:1-6). Esto significa que el pecado ya no puede ejercer control sobre nosotros a través de la Ley. La humanidad tiene esperanza porque Jesucristo puede librarnos del cuerpo de muerte (7:24-25). Los justos requisitos de la Ley ahora pueden cumplirse en nosotros que estamos en Cristo Jesús, que no andamos según la carne, sino según el Espíritu (8:1-8). “Lo que era imposible para la Ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (8:3). Por tanto, Cristo es el fin de la Ley, para justicia a todo aquel que cree (10:4). Mientras que el hombre no ha logrado alcanzar la justicia a pesar de sus débiles intentos por guardar la Ley, Dios logró su justicia en los creyentes a través de la encarnación y muerte de su Hijo. Por la fe en Cristo nuestro Salvador y al caminar en su Espíritu, podemos ser justificados ante Dios.

La gracia, la fe y las obras

Debido a que la Ley no puede traernos justicia, Dios cumplió su justicia por un medio diferente: envió a su propio Hijo en semejanza del pecado y la muerte (8:3). Por la obediencia de Cristo y su muerte expiatoria, podemos ser justificados gratuitamente (3:21-24). En este sentido, nuestra justificación es un don o un regalo de Dios. Se nos concede aparte de las obras. A esto se le llama la gracia de Dios, que se recibe por fe (3:24-25). Es por la fe que tenemos acceso a la gracia de Dios (5:2).

Pablo cita a Abraham como el principal ejemplo de justificación por fe, no por obras. Abraham no tenía razón para jactarse porque fue justificado por fe, no por obras. Como dice la Escritura, “Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia” (4:2-3). El que trabaja merece su salario, pero el que no trabaja y recibe la justicia por fe, no puede jactarse de su justificación, ya que le fue dada por gracia como un regalo (4:5). La gracia dada a Abraham fue una bendición que vendría no solo sobre los circuncidados, sino también sobre todos los que siguen las pisadas de la fe de Abraham. El argumento de apoyo que da Pablo es que Abraham fue justificado por fe incluso antes de ser circuncidado (4:9-12). Sobre la base de la fe, Abraham es padre de todos nosotros. Así como él fue justificado por su fe inquebrantable en Dios, también somos justificados por creer en el Dios que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor (4:16-25).

Pablo profundiza en la naturaleza de la gracia. La gracia de Dios para con nosotros es inmensa porque no la merecemos. Cuando aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos (5:6). Casi nadie moriría por una persona buena o justa, pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (5:7-8). Con la frase resonante “con mucha más razón”, Pablo nos recuerda la gran abundancia de esta gracia. “Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (5:10). Mientras que la transgresión de un hombre resultó en condenación y muerte, la abundante gracia de Jesucristo resultó en justificación y vida (5:16-17). “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (5:20). La inmensa grandeza de la gracia de Dios se resume en esta declaración: “Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (6:23).

La gloria

Puede considerarse que el estado pecaminoso del hombre no alcanza la gloria de Dios (3:23). En su ignorancia deliberada, el pecador gentil no le dio a Dios el honor que le correspondía (1:21) sino que cambió la gloria del Dios incorruptible por imágenes de criaturas mortales (1:23). Por otro lado, el pecador judío que se jacta de la Ley de Dios también ha deshonrado a Dios al quebrantar la Ley, y como resultado el nombre de Dios ha sido blasfemado (2:23-24). Tanto los gentiles como los judíos, los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sufrirán la ira de Dios en el Día del Juicio. Pero a los que con paciencia hacen el bien, buscan la gloria, la honra y la inmortalidad, Dios les dará vida eterna, gloria, honra y paz (2:6-11).

Por lo tanto, la redención es el cambio de estar destituido de la gloria de Dios a recibir finalmente su gloria. Habiendo sido reconciliados con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, ahora tenemos acceso a la gracia de Dios por fe, y nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios (5:1-2). Como hijos de Dios, anhelamos ardientemente la gloria que ha de manifestarse en nosotros (8:18). De hecho, la creación misma está esperando ansiosamente a ser liberada de su esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios (8:21). Incluso nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, esperamos ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestros cuerpos (8:23). Mientras esperamos y perseveramos, tenemos el Espíritu que nos ayuda en nuestra debilidad e intercede por nosotros (8:26-28). Él fortalece nuestra convicción en el poder soberano de Dios para con aquellos a quienes ama, es decir, sus elegidos. La glorificación de los elegidos es segura. Porque a los que antes conoció, también los predestinó; a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (8:28-30).

Las obras maravillosas de Dios en su salvación tanto de los judíos como de los gentiles manifiestan la profundidad de las riquezas de su sabiduría y conocimiento. Por lo tanto, al contemplar los insondables juicios y los inescrutables caminos de Dios, Pablo no pudo sino glorificar a Dios (11:33-36). No sólo Pablo glorifica a Dios, los gentiles que reciben la misericordia de Dios también glorificarán a Dios (15:8-9). En la doxología final, Pablo una vez más ensalza a Dios, quien ha revelado el misterio de la salvación de Dios a todas las naciones: “¡Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén!” (16:25-27).

La elección

El fracaso de Israel en alcanzar la justicia de Dios por medio de las obras de la Ley conduce inevitablemente a la cuestión de la posición de Israel en la salvación de Dios. Por esto, Pablo dedica tres capítulos completos al tema crucial de la elección de Israel por parte de Dios (capítulos 9-11). Citando la elección de Isaac por Dios, Pablo demuestra primero que no todos los que descendieron de Israel pertenecen a Israel, sino que son contados como descendientes los hijos según la promesa (9:6-9). La clave, entonces, es que uno que es judío por descendencia física no necesariamente está garantizado a ser elegido por Dios.

Entonces, la cuestión de la elección soberana de Dios pasa a primer plano, como lo ilustra la elección de Jacob por Dios. La elección de Dios no se basa en las obras de uno, sino en su propia voluntad (9:10-13). Tal como el alfarero tiene la total libertad para hacer lo que quiere con el barro, Dios tendrá misericordia de quien quiere (9:14-23). Por el propósito soberano de Dios, Él ha llamado no solo a los judíos, sino también a los gentiles (9:24-26). Israel ha tropezado porque no ha seguido la justicia de Dios por fe, mientras que los gentiles la han alcanzado (9:27-10:21).

A pesar del rechazo del evangelio por parte de Israel, Dios no los ha rechazado. Dios ha preservado un remanente entre ellos, los creyentes de Cristo, mientras que los demás fueron endurecidos (11:1-10). Como resultado, la salvación ha llegado a los gentiles (11:11-24). Sin embargo, cuando haya entrado la plenitud de los gentiles, su endurecimiento terminará y la liberación llegará a toda la casa de Israel (11:25-32). Todo esto es acorde al propósito soberano de Dios, para tener misericordia de todos (11:33-36).

Una nueva vida

La gracia de la salvación de Dios no se refiere solo a la esperanza de la vida eterna. También nos llama a una vida de obediencia a Dios. Para que no confundamos la gracia de la justificación con la oportunidad para entregarnos al pecado, Pablo pregunta retóricamente: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (6:1-2). Fuimos sepultados juntamente con Cristo por el bautismo en la muerte, para que también podamos andar en vida nueva (6:4). Nuestro viejo yo fue crucificado juntamente con Cristo, para que no fuéramos más esclavos del pecado (6:6). Por lo tanto, debemos considerarnos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús (6:11). Esta perspectiva transformada se traduce en elecciones y acciones concretas. Mientras que una vez obedecimos las pasiones de nuestro cuerpo mortal, ahora debemos presentar nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia (6:12-13).

Llevar una nueva vida cristiana no es solo cuestión de determinación. Es Dios quien nos ha librado en Cristo Jesús por el Espíritu de vida (8:1-3). Cualquiera que se someta al Espíritu de Cristo y camine conforme al Espíritu, puede cumplir con los justos requisitos de la Ley (8:4-7). Si en verdad Cristo está en nosotros y dejamos que su Espíritu nos domine, Dios dará vida a nuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que mora en nosotros (8:9-11). Dios nos ha dado su Espíritu con este mismo propósito: liberar a sus hijos y llevarlos a la máxima libertad gloriosa (8:12-25). Si somos guiados por el Espíritu y soportamos las aflicciones del tiempo presente, somos verdaderos hijos de Dios. Mientras nos esforzamos por obedecer al Espíritu, podemos experimentar momentos de debilidad. Pero tenemos al Espíritu para ayudarnos e interceder por nosotros (8:26-28).

En la segunda parte de Romanos, Pablo proporciona ejemplos específicos de cómo debemos vivir como nuevas creaciones en Cristo. Él llama a este nuevo estilo de vida una presentación de nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Comienza con una transformación a través de la renovación de nuestro entendimiento (12:1-2). La nueva vida cristiana se refiere a varios aspectos de la vida diaria y la vida en la iglesia. Estos incluyen usar nuestros dones dados por Dios para servirnos los unos a los otros (12:3-8), procurar lo bueno delante de nuestros enemigos y estar en paz con todos los hombres (12:14-21), someternos a las autoridades (13:1-7), y recibir a los débiles en la fe (14:1-15:7).

Relevancia moderna

Romanos es esencialmente la predicación del evangelio por escrito. Cualquiera que desee invocar al Señor y ser salvo debe prestar atención a las buenas nuevas expuestas en esta carta. Nos explica por qué necesitamos la salvación y cómo Dios logró la salvación a través de Jesucristo. También nos da una visión completa de lo que significa ser un creyente de Jesucristo. Además, dirige nuestra esperanza hacia el glorioso futuro que les espera a los creyentes. Las muchas aplicaciones prácticas sobre cómo morir al pecado y vivir para Dios son tan relevantes para nosotros hoy como lo fueron para los creyentes de aquellos días. Son recordatorios de cómo debemos vivir el evangelio y dejar que el poder salvador de Dios nos transforme a la semejanza de nuestro Salvador.