Autor

En la carta no se identifica el autor. Entre los posibles candidatos están Pablo, Apolos, Bernabé y Lucas. No existe suficiente información para tener certeza sobre el autor.

Destinatario

En la carta tampoco se identifica un destinatario específico. Aunque el título de la carta sugiere que estaba dirigida a cristianos hebreos, no sabemos si el título era parte del texto original. Podría haber sido dirigida a cristianos en Roma (13:24 sugiere que los cristianos que habían venido de Italia ahora enviaban sus saludos a los que aún estaban allí).

Fecha

Entre los años 60 y 95 d.C.

Propósito

La carta tiene el propósito de exhortar a la comunidad de creyentes (13:22). Estos cristianos habían encontrado grandes sufrimientos en los días de su conversión (10:32-34), y las persecuciones parecían haber continuado o quizás se habían intensificado (12:3-4, 13:3). Además de enfrentar las oposiciones externas, estos creyentes también enfrentaban debilidades espirituales. El autor señala que se habían quedado varados en su crecimiento. Debían ser maestros, pero carecían de madurez espiritual (5:12-14). Algunos de estos creyentes habían desmayado en su fe como resultado de los sufrimientos (12:5, 12). Peor aún, algunos creyentes se habían vuelto torpes en su fe, y podrían pronto ir a la deriva abandonando la fe (2:1, 3:12-13, 5:11, 6:12, 10:25).
Pero el propósito del autor no es reprender a los creyentes, dado que tiene una actitud positiva para con ellos (p.ej., 6:9-10). Tampoco trata de enfocarse en problemas de la comunidad. El autor se enfoca en el Salvador y los urge a “considerar al apóstol y Sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús”. (3:1). El verdadero conocimiento de Jesucristo es la cura para todas nuestras enfermedades espirituales y sirve como la principal fuente de aliento al enfrentar las oposiciones. Por esto, Hebreos expone la supremacía de nuestro Señor Jesucristo, su rol como sacerdote, sus sufrimientos y su sumisión. Enfatiza la necesidad de aferrarse al Señor y habla de las terribles consecuencias de abandonarlo. En los capítulos finales, exhorta a los creyentes a permanecer firmes en la fe y les recuerda que sean fieles en su caminar con Cristo.

Características únicas

  1. Es el único libro del Nuevo Testamento que discute ampliamente la doctrina de que Jesucristo es nuestro Sumo sacerdote. 
  2. Aunque concluye en forma epistolar, Hebreos carece del saludo que aparece al inicio de otras cartas. Con base en su organización y presentación, esta carta nos trae a la memoria una serie de sermones.

Versículo central

“Por tanto, teniendo un gran Sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión”. (4:14).

Visión panorámica

  1. Lea toda la carta para tener una idea general. Luego, vaya por cada sección según el cuadro A y anote una descripción que sea clave del contenido. 
  2. ¿Qué porción de la carta se concentra en doctrina? ¿Qué porción se enfoca en exhortaciones? 1:1-10:18 se basa en doctrinas. 10:19-13:25 son exhortaciones.
  3. Identifique las cinco principales advertencias en la carta. 2:1-4; 3:7-4:13; 5:11-6:20; 10:26-31; 12:25-29.

 

Temas

Cristo, el Sumo sacerdote

Cristo, a semejanza de los sumos sacerdotes terrenales, fue designado por Dios como Sumo sacerdote (5:4, 5) para presentar ofrendas y sacrificios por los pecados (5:3, 8:2, 3). A diferencia de los sumos sacerdotes terrenales, Cristo no tenía pecado (7:26), se convirtió en Sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (5:6, 10, 6:20, 7:17), fue establecido con juramento (7:20-21), ofreció su propio cuerpo como un sacrificio perfecto una vez para siempre (7:27, 10:12), vive para siempre y nos santifica para siempre (7:24, 28, 10:14). Cristo entró al santuario celestial por nosotros, dándonos el privilegio de acercarnos a Dios por su sangre (10:19-22). Él es el Sumo sacerdote misericordioso que se compadece de nuestras debilidades (2:17, 4:15). De esta manera podemos “acercarnos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (4:16). Sobre todo, Él es la fuente de nuestra salvación eterna (5:9), el autor y consumador de nuestra fe (12:2). Él continúa intercediendo por nosotros (7:25) y ha perfeccionado para siempre a los santificados (10:14). Por el sacrificio de Jesucristo, el perfecto y supremo Sumo sacerdote, tenemos certeza de salvación como un ancla para el alma (6:19).

Cristo, el Hijo exaltado

Hebreos enfatiza la divinidad de Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es “el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia” (1:3). De hecho, Él es el Dios eterno mismo, Creador de los cielos y la tierra (1:2, 1:10-12), y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder (1:3). Su trono permanece para siempre (1:8-13), ha sido coronado de gloria y de honra (2:9). Por decisión divina, Cristo fue glorificado como Sumo sacerdote (5:5). Al ofrecerse a sí mismo como sacrificio por el pecado, Él traspasó los cielos y se sentó a la diestra de Dios (1:3, 4:14, 7:26, 8:1, 9:24, 10:12). Debido a que Cristo es el Hijo exaltado, debemos retener nuestra profesión (4:14). Hoy, Dios nos ha hablado por su Hijo (1:2); debemos obedecer su palabra de salvación. Son horrendas las consecuencias de no obedecer al Hijo o incluso pisotear y crucificar al Hijo (2:3, 6:6, 10:29, 12:25). Cristo, el Hijo de Dios, es el constructor de la casa de Dios y quien gobierna sobre su casa. Somos miembros de esta casa, solo si persistimos en nuestra fe en Cristo (3:6).

Cristo, el Hijo sufriente

Yuxtapuesta a la gloria del Cristo exaltado está la humillación del Cristo sufriente. Antes de que el Hijo de Dios reciba la gloria y lleve muchos hijos a su gloria, debe ser perfeccionado a través del sufrimiento y probar la muerte por todos (2:9-10). A través del sufrimiento, el Hijo de Dios aprendió la obediencia, y habiendo sido perfeccionado, se convirtió en el autor de eterna salvación para todos los que lo obedecen (5:8-9). El Hijo sufrió al ofrecer su cuerpo como sacrificio sin pecado. Por su expiación, Él quitó una vez para siempre el pecado (9:26, 10:14), destruyó al diablo y al que tenía el imperio de la muerte (2:14), liberó a los cautivos (2:15), y nos permitió entrar al Lugar santísimo por un camino nuevo y vivo (10:19-20). Además, el sufrimiento de Cristo le permite compadecerse de nuestra debilidad y ayudarnos cuando somos tentados (2:18, 4:15). Debido a esto, Él es el perfecto Sumo sacerdote e intercesor. Su resistencia es nuestra principal fuente de fortaleza en el sufrimiento (12:2-3), y el autor urge que participemos en sus sufrimientos (13:11-13).

Superioridad de Cristo y su salvación 

Hebreos demuestra la supremacía de Cristo por diferentes contrastes. El autor demuestra que Cristo es mayor que los profetas (1:1-3), los ángeles (1:4-14) y Moisés (3:1-19). Él es más grande que los sacerdotes levitas, dado que es Sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, quien fue superior a Leví (7:1-19), fue instituido por juramento (7:20-21), la muerte no lo detuvo (7:22-25), y es capaz de perfeccionarnos para siempre (7:26-28). Cristo se ha convertido en fiador y Mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas (7:22, 8:6). Mientras que los sacerdotes terrenales servían en el santuario terrenal y ofrecían la sangre de toros y machos cabríos, Cristo entró en el santuario celestial y presentó un mejor sacrificio por su propia sangre (9:23-26): la sangre rociada que habla mejor que la de Abel (12:24). Por este mejor sacrificio, se nos da una mejor esperanza, por la que nos acercamos a Dios (7:19). Habiendo sido perfeccionados, sabemos que tenemos una mejor y perdurable herencia en los cielos (10:34), y anhelamos por una mejor ciudad celestial (cf. 11:16, 40).

Fe

El objetivo principal de presentar los sufrimientos y la exaltación de Cristo es fortalecer la fe del lector en el Señor Jesucristo. Por la fe, tenemos certidumbre ante Dios, habiendo sido nuestros corazones purificados de mala conciencia y lavados nuestros cuerpos con agua pura (10:22). Fe en Cristo es escuchar sus palabras (1:2) y obedecer cuidadosamente su evangelio de salvación (2:1-4). Fe significa confiar en las promesas de Dios, incluso antes de que acontezcan, porque la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (11:1). La fe es abstracta, pero se expresa actuando con base en las promesas de Dios y viviendo de forma agradable a Dios. Los antiguos, incluyendo Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, y muchos otros, demostraron su fe por la forma que vivieron (11:2-40). Ellos creyeron en Dios, y vivieron sus vidas acorde a esto, aunque aún no habían recibido lo prometido. Por esto, debemos poner fe al mensaje que oímos y esforzarnos por entrar al reposo de Dios (cf. 3:7-4:13). La fe debe perseverar hasta el final. Para ser participantes de Cristo, debemos retener nuestra profesión (3:6, 14, 6:11, 12, 4:14, 10:22, 23, 38, 39). Poniendo la mirada en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, venceremos toda pereza, insensibilidad, pecado y desaliento (12:1-17). Debemos imitar la fe inquebrantable de los santos que sufrieron por Cristo y considerar el resultado de los fieles (6:12, 11:33-38, 12:1, 13:7). Nuestro Señor no nos fallará, porque Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (13:8). Si soportamos los sufrimientos por la fe en Jesucristo, entonces, al haber hecho la voluntad de Dios, recibiremos la promesa y la gran recompensa (10:35-36).

Advertencia contra la apostasía

En relación a las exhortaciones a la fe, están las severas advertencias contra la apostasía: el abandono de la fe. Vemos el urgente llamado del autor a no ir a la deriva, ni apartarse de la gracia de Dios, y menos rechazarla (2:1, 3:12, 13, 4:1, 12:15). Se nos recuerda cómo los israelitas provocaron la ira de Dios y quedaron postrados en el desierto (3:7-19). Hay que ser conscientes del ejemplo de Esaú, quien tuvo un final amargo por su impiedad y perdió sus bendiciones (12:16-17). En estos pasajes de advertencia, aprendemos las terribles consecuencias de dejarnos llevar a la deriva y la imposibilidad de restauración para los que han pisoteado y crucificado nuevamente al Hijo de Dios (6:4-8, 10:26-31). En contraste a la gracia salvadora de Dios, está el juicio de Dios contra los desobedientes. Dios es fuego consumidor (12:29). Él es intransigente en su juicio y retribución (13:4, 10:30). Ninguno que descuide el evangelio de salvación pronunciado por nuestro Señor, escapará del juicio (2:2-3, 12:25). No teniendo mejores palabras que indiquen el temor de enfrentar la venganza de Dios, el autor concluye diciendo: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”(10:31). Sabiendo las terribles consecuencias de apartarnos de Cristo, debemos aferrarnos a nuestra parte en el reino de Dios y en su gracia, sirviendo a Dios de forma aceptable, con temor y reverencia  (12:28).

Relevancia moderna

Los desafíos que enfrentaron los primeros lectores de Hebreos son tan relevantes como los que enfrentamos nosotros hoy. El estancamiento, el desaliento, la apostasía, son amenazas reales a nuestra fe. Pero las exhortaciones en Hebreos también perduran para hoy. Los creyentes de todas las épocas deben mirar a Jesús, el Sumo sacerdote, quien ascendió al cielo e intercede por nosotros. Debido a que “Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos”(13:8), Él tiene la respuesta para todas nuestras necesidades espirituales, sin importar el tiempo o la época en que nos encontremos.

La carta expresa con claridad que su mensaje es para todas las épocas: “exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (3:13). Mientras sea “hoy”, debemos atender el mensaje de la carta. Al igual que los creyentes en el pasado, debemos obedecer el mensaje de salvación, aferrarnos a nuestra confesión en el Señor Jesús, avanzar hacia la perfección, soportar los sufrimientos a través de la fe y buscar la santidad y el amor. Por esto, tomemos las palabras dichas como si fueran directamente para nosotros y reflexionemos sobre cómo aplicarlas a nuestras vidas mientras avanzamos en este estudio.